martes, 14 de abril de 2020

Cruz de Benimàmet (Cruces de término#6)

AVISO: La redacción de estos artículos se realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados" imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos.


Año de Nuestro Señor 2020, cuarto día del mes de abril. 

La jarra de cerveza se había convertido en dos y ésta a su vez en un plato de carne y unas verduras. Finalmente, la noche había caído sobre mi en Godella. Un hombre de la taberna donde había pasado la tarde me dijo que lo acompañara a su casa, pues apenas podía caminar. Me permitió pasar la noche en su hogar. Dormí en el salón de su vivienda, en un estrecho y raro catre que, según dijo, que se llamaba sofá. 

Esta mañana, después de que me invitara a tomar una taza de ese aromático brebaje llamado café, he salido de su residencia camino a mi siguiente objetivo: la cruz de término de Benimàmet. 

Observo el mapa que llevo conmigo, la distancia que separan las dos villas, el trecho a recorrer es largo. Aunque no llueve, hay humedad en el ambiente como para seguir caminando. Supongo que no tengo de otra. Al guardar el documento, me cae al suelo el dibujo del día anterior con la estampa de colores. ¡Claro, el gusano de metal!

Deshago el camino que hice la mañana anterior y logro hallar de nuevo la casa del embarcadero del bicho. Entro en ella y busco esa extraña fuente de las estampas.

A su lado están los tapices de las rutas. Frunzo la nariz e inclino la cabeza hacía la izquierda, luego hacía la derecha. Tuerzo el morro bajo el cubrebocas...

Encuentro la ruta amarilla de Godella, busco Benimàmet, por suerte existe en ese galimatías, pero tiene una ruta de color magenta. Pero no encuentro el lugar donde se unen. Solo una forma extraña con puntos. ¿Qué significará eso? Abajo, a la izquierda del tapiz, hay una serie de inscripciones; una de ellas se parece a la que cubren las líneas: « Estación de transbordo» ¡Abordar! ¿Como los piratas? 

Oigo una voz masculina a mis espaldas. Me giro sobre mí y encuentro a un joven delgado vestido con una camisa blanca. Me pregunta si necesito ayuda. ¡Gracias a Dios!

Le digo que no sé cómo llegar hasta la villa de Benimàmet. Me dice que es fácil, solo tengo que subir al primer tren que llegue por la vía con dirección a Villanueva de Castellón.

De acuerdo, eso ya lo había supuesto. Pero me dice que preste bien atención, señalando el tapiz me indica que tengo que bajar en la estación de Empalme. ¡Ah, los embarcaderos del gusano, se llaman estación! Y allí debo coger otro tren con dirección a Paterna, que es la ruta magenta. Entonces me explica que esas formas extrañas sobre las líneas de las rutas indican que son embarcaderos que permiten, sin salir del lugar, subir de uno a otro gusano o como él llama tren.

También me advierte que tengo que comprar una estampa de zona A, pues es otra zona distinta a la que me encuentro y los guardias del gusano de metal pueden multarme si ven que no llevo la estampa correcta. Le digo que ayer compre una de AB. Que ahora compro la de A.

Niega con la cabeza. Dice que no hace falta, que le deje la estampa de ayer, y la mete por una ranura de la fuente de estampas. Toca el cristal brillante con letras y salen las mismas inscripciones de ayer. Presto atención cómo selecciona la zona y me indica que deposite el dinero en la alcancía.

Rebusco en la faldriquera que cuelga de mi cintura y extraigo las monedas, en esta ocasión dos monedas con un 1 grabado, una lleva la cara de un señor, la otra un instrumento musical. Las introduzco por el agujero y oigo un sonido metálico. El joven me indica que recoja las vueltas. Meto los dedos en el cuenco y recojo una moneda de 50 brillante como el oro. Tendré para un café de fuente, me animo al pensarlo.

La fuente de las estampas del gusano resuena como ayer y el chico me dice que ya tengo el billete. Que no lo tire pues así con el mismo puede servir para varios viajes. Porque se puede «recargar» y ahorro algo de dinero. 

Me alegro, hice bien en no deshacerme de él ayer. Le doy las gracias y salgo al muelle a esperar a que llegue la bestia de metal.

El llamado tren no tarda mucho en llegar, entro en sus entrañas y tomo asiento. Miro a la derecha dos personas, con guantes y cubrebocas. Miro a la izquierda no hay nadie. ¿Será el miedo de la epidemia y la gente sale poco de casa? ¿O es que temen viajar dentro de esa bestia?

Han pasado ya un par de embarcaderos o estaciones, como las había llamado el chico, cuando el gusano metálico se detiene en la llamada de Empalme. Salgo de las entrañas de la bestia y me quedo en el embarcadero. Recuerdo las palabras del muchacho y busco en los rótulos de metal, que cuelgan de una techumbre, el color magenta de la ruta de Paterna. No tengo que cruzar al embarcadero de enfrente. Me sirve la misma donde he descendido.

Un rayo de sol débil se cuela entre las nubes de algodón sucio, levanto la mirada, el céfiro parece que pronto se deshará de ellas para traer un límpido azul brillante.

Camino por el embarcadero y veo, no muy lejos de allí, un hermoso pero pequeño palacio medio derruido y abandonado. Me quedo observándolo detenidamente, tengo curiosidad por saber quién vivió en aquel lugar. Se encuentra rodeado de altos edificios feos como arcas cuadradas llenas de vidrios. ¿Por qué la gente prefiere vivir en esas construcciones insulsas?

Noto que se levanta de repente una brisa fuerte, giro sobre mí y veo aproximarse una luz brillante. El gusano de metal está llegando. Ahora, con tranquilidad, me dirijo a él, ya no le temo, pero me da respeto. Sobre su frente tiene un rótulo dónde leo el nombre de la villa de Paterna. ¿Acaso será que diversas villas tienen sus propios gusanos de metal?

Se detiene ante mí el llamado tren y me introduzco en su interior. Dentro también hay pequeños tapices adheridos en las paredes, donde aparecen pintadas las rutas. Encuentro mi ruta magenta: Beniferri, Canterería y finalmente Benimàmet.

Tomo asiento y observo por el vidrio. Sólo falta una estación más cuando de repente todo se hace oscuro. ¡el gusano se ha adentrado bajo tierra! El terror inunda mis sentidos. ¿Qué ha pasado?

Unos segundos después la bestia se detiene y se abren sus entrañas para mostrarme que me encuentro en una caverna. Salgo al exterior. Es un embarcadero, en las negras extrañas paredes leo rótulos con el nombre de la villa de Benimàmet. Ya he llegado. ¿Pero por qué está bajo tierra?

Veo a una chica que camina apresuradamente, es joven, lleva una gran bolsa colgando en un hombro. Se aproxima a unas escaleras, la sigo y en cuanto pongo los pies en los peldaños estos empiezan a moverse. Las escaleras se mueven por obra de brujería y me están elevando hacia una techumbre de vidrios que ahora son verdes, ahora son rosas, y en momento se ven azules y rojos.

Encuentro una barrera como unas almenas de metal separadas por unos cristales, la joven saca su estampa de un bolsillo de su bolsa y con ella toca un círculo sobre una de esas almenas que hacen desaparecer las barreras de cristal, permitiéndole el paso.

Hago lo mismo y salgo a un pasillo ancho cubierto de esos cristales que cambian de color a cada paso que doy. Sin duda alguna obra de algún artesano de vidrieras catedralicias.

Encuentro una anchísima calle en cuyo centro hay un jardín. A mi izquierda hay edificios en forma de arcas de varios colores, pero no tan altos como los que visto antes. A la derecha una pequeña casa con un torreón, rodeado con una verja y un enorme pino.

Cerca encuentro un banco donde me siento y saco el plano para orientarme en busca de la cruz, ni idea de dónde puede estar.

Ante mí pasa un anciano con un bastón, en la otra mano lleva un cordón en cuyo extremo está atado al cuello de un cachorro de perro.

Le hago detenerse y le pregunto dónde queda la cruz de término del pueblo. Le extraña que ande buscando una cruz, estando en días aciagos de epidemias. Le digo que es una promesa que hice. Se encoge de hombros y me señala la calle que tengo delante de mí: Felipe Valls, todo recto hasta que encuentre el mercado municipal. Una vez allí, a la derecha, la calle carniceros hasta el final: se abre una plaza donde encontraré el crucifijo.

Masculla algo que apenas entiendo entre dientes, y algo de una corona. Me dirijo hacía esa calle. Es muy larga. Me acomodo el saco sobre mi hombro y echo a caminar.

Finalmente llego a la plaza, en su centro se encuentra la cruz. Está rodeada por unos pequeños postes de hierro y cadenas.


Ilustración Isabel Balensiya

Me siento en el suelo, cruzo las piernas y sobre el muslo derecho apoyo el pliego de papel mientras trazo el dibujo, junto a él, escribo lo siguiente:

Se levanta sobre un alto zócalo de piedra y, sobre él, una columna de fuste poligonal que remata un capitel tronco piramidal con decoración vegetal que parece un cimacio musulmán; sobre él, con orgullo, se alza la cruz sin decoración que abre sus brazos trilobulados, muy simple, pero a vez elegante.

Extiendo el mapa de mi ruta sobre mis piernas y veo que la siguiente se encuentra en un lugar llamado Cortes Valencianas, en el territorio de la pedanía de Beniferri. Es solamente un corto paseo desde Benimàmet, pues las poblaciones se encuentran bajo la administración territorial de Poblados del Oeste. 

Alzo la mirada al cielo y sol, aunque débil me acaricia el rostro medio oculto por el cubrebocas, poco a poco nuestra misión se va cumpliendo.



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COMENTARIOS DE LOS AMIGOS DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL
4 de abril 2020. Capitulo: Benimàmet.

Enriqueta: Isabel,Gracias de nuevo por tu aportación de hoy del misterioso peregrino.Muy amena,como siempre.Los sábados también se desplaza?

Manoli: Isabel gracias!!

Pilar Alberti: Muchas Gracias Isabel.


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