martes, 14 de abril de 2020

Cruz de Cortes Valencianas (cruces de término#7)


AVISO: La redacción de estos artículos se realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados" imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos.


Año de Nuestro Señor 2020, sexto día del mes de abril.

Después de meditarlo mucho he decidido ir andando hasta Beniferri. Podría haber usado las llamadas «estaciones» y viajar en esa bestia subterránea hasta allí, pero preferí caminar.

La mañana en este día de hoy acompaña. Aunque no hace calor el céfiro se ve despejado, el sol brilla como un viejo escudo de latón al que aún no han pulido, pero que cumple su cometido.

Recorro la calle del Molino hasta salir al llamado Camino Nuevo de Paterna, sigo un trecho por esta vía hasta la altura en que un pasado se encontraba el castillo del señor de Benimàmet en la calle Bétera. De allí cruzo el asfalto para poder adentrarme en el Camino Viejo de Paterna, pongo un pie en ese negro pavimento… y tengo que dar un paso para atrás para que un carro blanco, en cuyo interior resuena música, no me arrolle. Me arrimo al linde del puente, hasta llegar a una altura en la que puedo saltar a la tierra de la huerta.

No hay ni un alma en esa gran extensión de huerta que contemplan mis ojos. Es por eso por lo que me quito los guantes y el cubreboca. Durante un tiempo quiero pasear por la huerta sintiéndome libre, como lo hacía antes de que la epidemia nos castigara.

Hincho mis pulmones de aire, de un aire fresco y limpio. Tal vez más aún que cuando el mal comenzó. Se nota que los labriegos no han visitado mucho sus tierras, y que la primavera, ajena a todo lo ocurrido, se ha despertado con fuerza además de ser bendecida por estas lluvias de días atrás.

A ambos lados del camino se alzan hierbajos de todo tipo, desde las más vulgares y rastreras plantas a algunas conocidas como el diente de león amarillo —recuerdo de mi infancia—, a las flores rosadas de las malvas, a pequeñas florecillas anónimas que con gracia despuntan sus capullos en cuajadas flores que, aunque simples, llenas de hermosura. El campo huele a flores, es el aroma de la primavera, la esencia de Valencia, que desde muy antaño disfrutaron los hombres en esta maravillosa huerta.

Busco la senda del padre Barranco y cierro los ojos, dejo la mente en blanco y escucho cómo la brisa agita las hierbas de los lindes; algunas suenan secas. La tierra se estruja viscosa bajo mis botas, es el fango de las lluvias acontecidas. Extiendo la mano izquierda que va acariciando las plantas, la piel de mis brazos se eriza, y un escalofrío placentero recorre mi espalda. Han sido muchos días sin sentir el tacto de nada. Sólo a través de los finos guantes.

Me agacho al suelo, cojo un puñado de tierra húmeda y la presiono entre mis dedos, transmitiéndole mi calor y energía, se va convirtiendo en una masa homogénea como la que trabaja un panadero. Tomo un poco más de tierra y sigo amasándola entre mis manos, ahora decido darle forma y, aún con algo de torpeza, pues no pertenezco al gremio de alfareros, creo un pequeño caballito de barro. Cojo un par de espigas y clavo una en las nalgas en forma de cola, la otra la deshago a trocitos y la coloco como si fuera la crin. Es una ofrenda a la libertad que pronto tendremos. Volveremos a ser libres cual caballos salvajes. Saldremos de nuestras casas al galope para volver a aventurarnos en el mundo.

Tengo orgullo de mi obra y la dejo cual exvoto en el camino sobre unas piedras. A unos pocos metros se encuentra la acequia de Mestalla, se arrodillo a su lado e introduzco las manos en el agua fresca y clara que, abundante, fluye hacia la ciudad. Veo cómo poco a poco el rastro de barro va desapareciendo de mis manos, que minutos antes jugaban a ser las del Señor Creador.

Abro mi saco y rebusco para extraer unas viandas y un poco de agua de la extraña calabaza transparente. Me bebo la mitad sin miedo, pues aún conservo íntegras tres más.

Me refresco la cara en las aguas de Mestalla después de comer y continúo mi camino. Quedan escasos pasos para abandonar la huerta y adentrarme en la pedanía de... Beniferri.

Mi corazón da un vuelco alarmado. Había supuesto que siendo del mismo territorio Beniferri sería semejante a Benimàmet, con sus antiguas casitas de campo de los burgueses. Con pequeñas edificaciones en forma de arca.

Cruzo corriendo las sendas de asfalto evitando ser arrollado por alguno de esos carros de metal, hasta ponerme a salvo en una senda flanqueada por altas palmeras y setos verdes con flores violetas.

Voy adentrándome en la población observando asombrado cómo un edificio se va haciendo cada vez más y más grande ante mis ojos. Un sonido fuerte como una trompeta me devuelve a la realidad con un grito de un hombre, procedente de un carro que me recrimina que mire por donde camino.

Cruzo rápido para ponerme a salvo en las orillas de piedra que son para los transeúntes. Levanto la mirada lentamente abriendo la boca, que ya vuelve a estar cubierta por el cubrebocas, al igual que mis manos llevan ahora guantes blancos.

Ante mí se alza imponente un gran... gran no, ¡grandioso edificio! Es de un color que varía del negro carbón a gris acero desgastado. Tiene varias vidrieras sobre su superficie, cada una de ellas entiendo que es una residencia. Comienzo a contarlas, una, dos, tres, cuatro... seis, siete… catorce, quince... diecisiete ¿o eran dieciocho? Me descuento al mirar cómo en esos vidrios aún oscuros se reflejan las nubes. Una construcción más alta que las catedrales que he visto por España.

Vuelvo a contar despacio. Veintinueve vidrieras. O lo que es lo mismo, pueden vivir veintinueve familias en él.

Escucho unas voces detrás de mí, están hablando también del edificio y sus medidas de seguridad. Comentan que es el edificio habitado más alto de la ciudad de Valencia, que se trata de un hotel con 309 habitaciones.

Doy un traspiés tras la consternación. ¡Es una posada para 309 almas! Sin duda es obra de Lucifer. Miro a mi alrededor, aunque no semejante altura, son bastantes altos los edificios que me rodean. Los carros de metal, aunque pocos, pasan muy rápidos ante mí.

Devuelvo la mirada al edificio. Esto debe ser el infierno. No puede ser un lugar tan frío e inhóspito obra de un Dios piadoso. Leo un rótulo que pone «Cortes Valencianas». ¡Anda la Cruz! Se me había olvidado, ante tal dantesca visión urbanística.

La hallo ante mí, y es cuando descubro como tengo que «vadear» esos ríos de asfalto. Existen unas líneas blancas pintadas en el suelo. Sólo tengo que mirar un farol que tiene varios colores. Cuando esté rojo tengo que detenerme y dejar pasar los carros, cuando esté verde puedo pasar yo.

Siento el poder recorriéndome el cuerpo, mientras que piso las líneas blancas del suelo, y tengo a los carros parados a mi lado derecho, como se dispone la guardia ante un rey. Al final, piso la zona de piedra de los transeúntes y me presento ante la cruz de factura moderna. Pero bastante atractiva a mis ojos.

Extraigo un pliego de papel de debajo de mis ropas y me pongo a dibujar el crucifijo.

Ilustración: Isabel Balensiya

Añado su descripción: sobre un basamento no muy alto y de bordes biselados hacia los extremos, se alza un pilar de piedra. El crucero está formado por una especie de cuerda retorcida que lo atraviesa. Construida en 1966 por Nassio Bayarri.

Guardo el pliego y observo los carros, los imponentes edificios. Una sensación de insignificancia debería recorrer mi cuerpo, pero no es así. Tal vez porque me hallo reconfortado por esa cruz, que cristianiza el infernal lugar. Tenemos que ser guerreros espirituales, tenemos que sacar fuerzas desde nuestro interior y luchar. Luchar por salir adelante. Porque cada amanecer que pasa es una victoria más en la batalla por arrebatarle la Corona a esta epidemia que reina en nuestra ciudad.

Cierro el puño estrujando con fuerza el mapa de la ruta. Alzo la mirada al cielo, el sol ha vuelto a salir. Sonrío, sonrío como nunca he sonreído estos días. ¡Allá vamos!


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COMENTARIOS DE LOS AMIGOS DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL

6 de abril 2020. Capitulo: Cortes Valencianas 


Pilar: Excelente Isabel.

Gema: Muy conseguido.

Pilar Alberti: Maravilloso el relato.

Enriqueta: Gracias,Isabel,por los ánimos que trasmites en tus relatos.Ojalá llegue pronto la victoria y salgamos a galope,como bien dices en este último viaje de tu extraño peregrino.Fantástico.

Mari Carmen: Muy chulo Isabel gracias.Vaya imaginación tienes


Sabin: Gracias, Isabel, por su aportación diaria.

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