viernes, 23 de abril de 2021

La Virgen de lo Verde. (Valencia religiosa#3)

El bello rostro de la Virgen.
Fotografía: San Juan del Hospital.
 

CIUTAT VELLA
La Xerea. 

He entrado en respetuoso silencio en la nave de la iglesia. Estaba vacía, a excepción de un par de personas que estaban caminando por el lado izquierdo del templo. Miro al frente bajo a la impresionante bóveda de piedra que tantas cosas ha vivido en sus largos siglos. En el ábside está el altar, camino hasta él con solemnidad, sin hacer ruido con las botas contra el suelo de frío mármol.

Nave central de San Juan del Hospital.
Fotografía propia. 

Ahí, frente al altar mayor en uno de los bancos me postro y contemplo a la que llamo Mi Señora, la hermosa imagen de Santa María del Milagro, una efigie de madera que custodia la iglesia medieval de San Juan del Hospital.

Imagen de Nuestra Señora del Milagro,
en el altar mayor de San Juan del Hospital. 

Hace más de seis años que conocí a Mi Señora y desde entonces me ha maravillado esta talla que representa a una virgen entronizada, no porque esté sentada en un trono, sino porque ella misma hace de trono para el Niño. Contemplo sus rostros, para ser un icono religioso es lo más humano y bello que jamás he visto en arte. El rostro ovalado de María es intemporal, no se ve ni joven, ni maduro. Los rasgos son perfectos. El cabello, como mujer casada y madre, está cubierto por un velo, el cual se extiende sobre sus hombros, señal de recato en la antigüedad, acabado en unas franjas rojizas y doradas, un guiño a la antigua casa de Aragón, o quizás en representación de la sangre y el oro de la divinidad.

Detalle de un lirio en un ramo que ornaba el templo
Fotografía I. Balensiya. 

Mis ojos se concentran ahora en su mano derecha, la cual se cierra sujetando un lirio, un símbolo que sólo los expertos en religión y los historiadores del arte, como yo, podemos descifrar, pues conocemos las palabras que tiempo atrás pronunció San Bernardo de Claraval: La Virgen María es la amada del Cantar de los Cantares, donde se  refiere a ella como «el lirio de los valles» o también con la referencia «es mi amada entre las jóvenes, como lo es el lirio entre los cardos». El propio San Bernardo llamaba a Santa María Lirio de castidad inviolada, porque la blancura de la flor refleja la pureza de la Virgen Inmaculada desde su concepción, mientras los tres pétalos simbolizan la triple virginidad de la Madre de Dios: antes, durante y después de dar a Luz a Jesús, siendo un símbolo muy repetido en el arte sacro.

Otro símbolo, también, muy usado en el arte románico se encuentra en el Niño, que está de pie sobre una de las piernas de su madre, y tiene un pájaro entre sus manos. Este pájaro es una representación moderna de la golondrina egipcia, la portadora de las almas de los muertos al Bello Oeste, en una versión cristianizada y representa las almas de los hombres. Recordemos el pasaje en que se cuenta que el niño Jesús hacía pajaritos de barro y al echarlos al aire estos volaban dotados de vida. 

Detalle del lirio y del pájaro.

Pero, volviendo a la talla de la virgen sanjuanista, lo que más importa es la saya de color verde que viste María. Porque esto es un secreto que muy pocos saben. La Virgen en actitud de madre, siempre hay que representarla vestida de verde y sino es así, está canónicamente mal representada.

El color verde representa la Resurrección, el resurgir a la vida, y representa lo que los paganos denominan la promesa de la primavera. El verde es el color de la Naturaleza,  de  esos primeros brotes que aparecen después del deshielo, ese retorno de la primavera después de la muerte de la misma, en el invierno. Es por eso que el color verde tanto en las ropas de la Virgen matrona o del Niño, significan el regreso de la primavera, la resurrección del Señor, porque la primavera trae la luz del sol de nuevo al mundo y Jesús es la Luz del Mundo.

No hace falta imaginar esas antiguas pinturas murales románicas en las que aparece Jesucristo resucitado en forma de Pantocrator, con dos dedos estirados en actitud de juzgar, junto al vocablo latino Ego lux mundi¸ porque si miramos a la izquierda del altar mayor, encontramos un Cristo vestido de blanco, sentado en media almendra mística – alusión también a la primavera – y a su lado un pájaro, el alma que ha de renacer y justo frente en la capilla de Santa Bárbara,  veremos a la santa protectora de las tormentas, de ese agua que cae del cielo, vestida de verde. 

Fresco románico donde aparece Cristo juzgando al alma.
Capilla en San Juan del Hospital. Fotografía: I. Balensiya

Capilla de Santa Bárbara y detalle de la imagen vestida de Verde,
en San Juan del Hospital. Montaje I. Balensiya

El artista medieval conocía la lección de lo Verde, de la promesa de la primavera que trae la luz del sol, de nuevo, al mundo. Los imaginarios medievales se tomaron la licencia de publicitar, de forma subliminal, este mensaje, pintando al Niño o la Virgen con las ropas verde esperanza, por la espera de esa Resurrección y promesa de renacimiento, como lo hace la planta en primavera. Asi mismo,  también, pintaban los instrumentos de la pasión, como  la corona de espinas y  la madera de las cruces donde Cristo era crucificado. El Señor pensó cargando la cruz camino al calvario «¿Si con el leño verde hacen estas cosas, que harán con el seco?»

Cristo de las Penas y el San Juan que lo acompaña.
Detalle dónde se aprecia el color verde. Montaje: I. Balensiya

La madera verde dice que el hombre ha sido regenerado, así como la madera seca representa al hombre profano, muerto sin una vida espiritual. La única forma de devolver a la vida una madera seca es mojándola en agua. El agua, forma parte de unos de los cuatro elementos, que desde muy antiguo se les ha identificado con un color; el rojo es el fuego, el azul el aire, el negro la tierra y el verde el agua. Resulta curioso que la madera llena de vida, por tener contacto con el líquido vital, sea verde.

El simbolismo de ese color verde lo encontramos en la noche de los tiempos, en los más paganos de todos nuestros antepasados. Ellos decían que la tierra era el caos de los profanos, vivían en la oscuridad, por eso el negro. El aire designaba la verdad divina, el entendimiento del alma pura, que habita en el cielo azul. El fuego era el corazón, el coraje y la pasión marcados por el rojo. Mientras que, por último, el agua era la que traía el nacimiento y se usaba para el bautismo, la regeneración del alma y el nacimiento a la vida cristiana. Recordemos aquí las representaciones de San Juan Bautista, también de verde.

El verde es por índole el color de la vida y no hay más vida que la propia Naturaleza cubierta de árboles y plantas verdes, un jardín del Edén, una tierra prometida. Porque cuando la tierra y el agua se unen surge el verde, la vegetación, siendo el verde el indicador de la unión fecundada de estos elementos: el color del renacimiento.

El simbolismo del verde como renacimiento viene del antiguo Egipto donde existía un dios llamado Osiris, Señor de los Muertos y quien daba paso al Bello Oeste a las almas de los difuntos – en forma de golondrina – logrando que sus vidas se regeneran y volvieran a la vida, ese dios tenía la piel de color verde. Había también una diosa egipcia, se llamaba Neith, diosa de la sabiduría, que nació de las aguas verdes del Nilo, las cuales tintaron su piel.

Los verdosos dioses egipcios: Osiris y Neith,
representado en el interior de una tumba de Egipto. 

El simbolismo de las aguas de color verde llegó a Roma.

Allí encontramos a la diosa Venus, una deidad regeneradora, identificada con el sol, el amor y la verdad. Se le atribuyó el color verde, porque nació de las aguas, de donde surge la vida. Por esa razón todas las divinidades marítimas eran vestidas de verde, color del mar, y se les ofrendaban animales con cintas verdes. Existía otra diosa, Minerva quien tenía los ojos verdes como las aguas del mar, deidad de la sabiduría, semejante a la diosa egipcia Neit.

El nacimiento de Venus y la sabía Minerva de ojos verdes.

A la mente viene aquel poema de Gustavo Adolfo Bécquer que aprendí de niña:

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hurís del Profeta.

 

Venus era la diosa Verde y Minerva tenía el Verde de la sabiduría en sus ojos.

 

Vamos recorriendo la Iglesia de San Juan del Hospital y vemos como está decorada una de las dependencias del complejo: ladrillos y azulejería, típico estilo mudéjar como hacían los musulmanes en tierras cristinas. Los azulejos muestran la estrella tartésica verde, el arcaico símbolo del sol para los andaluces, habitantes del fabuloso Al Ándalus por donde se expandió el conocimiento de los hombres musulmanes por toda España, bajo el estandarte de una media luna de color… verde.

Vidriera y azulejería verde de estilo mudéjar,
del interior de la iglesia de San Juan del Hospital.

Cuando el imperio romano desapareció, vino la figura de Mahoma, el hombre que dio origen a una nueva religión: el islam. El hombre islámico tenía su origen en el desierto, un lugar yermo y reseco donde la vida surgía en los oasis, un charco de agua, donde milagrosamente brotaba una pletórica vegetación verde. Por ese valor que tenía para el hombre del desierto al agua, a esa agradable y fresca sombra, comprendió que el verde era el color de la vida, de la esperanza de encontrar un poco de agua para devolver las fuerzas a su maltrecho cuerpo y que resurgiera la vida de nuevo. Por eso, los árabes le daban el significado pagano al verde: de la esperanza, la alegría, la vida y de la primavera que hacía renacer las cosechas. La experiencia del oasis era su lección de lo Verde.

El verde se convirtió en el conocimiento de Alá, quien puso la sabiduría en los ojos de Mahoma y rebeló en El Corán la sabiduría que tanto aman los musulmanes. El propio profeta dijo haber visto ángeles con turbantes verdes, y pronto ese color se estableció como enseña, y no hubo bandera ni emblema islámico que no lo llevase. El mismo Ali ibn Abi Tálib, primo y yerno del profeta Mahoma, inicio la expansión del Islam vestido de color verde, para llevar la sabiduría a todos los rincones de la tierra.

El Cristianismo no inventó nada nuevo cuando llegó, sólo tomó las creencias antiguas y de otros pueblos y las fue adaptando a sus doctrinas, haciéndolas propias.

El amigo de Cristo, que nunca lo abandonó, San Juan el iniciador del cristianismo está siempre representado con ropa de color verde. Porque él era el bautista, el que derramó las aguas verdes por la cabeza del Señor - y también quien le lavó los pies – El bautismo hacía renacer a la persona en la vida de Dios, bajo su protección, haciendo que se regenerara el alma con el agua verde. Como las deidades ancestrales, volvemos a tener agua unida al verde y a la resurrección. Existe otro santo más que es representado con una túnica verde: San Pablo, aquel romano que iba a galope tendido y cayó del caballo como un profano golpeándose y al levantarse lo hizo renacido en el conocimiento de Dios: la sabiduría como el color verde, como símbolo de la victoria espiritual.

San Juan Bautista y San Pablo vestidos de verde,
en representaciones medievales. 

En el Apocalipsis se ordena a las langostas que no dañen la hierba de la tierra, ni ninguna cosa verde, ni árbol alguno, sino solamente a los hombres que no estuvieran marcados por Dios en la frente, donde se guarda el conocimiento. Esta oposición del color verde y de los hombres profanos, nos demuestra que la hierba verde, era el símbolo de los regenerados, de las almas guardadas por el Señor.

Curiosa coincidencia con que la Iglesia usara la metáfora del Buen Pastor que guía su rebaño para referirse a sus feligreses, y tampoco lo es que la mayor parte del año litúrgico, el párroco – o pastor - oficie la misa, vestido de color verde, pues es el color de la hierba fresca a donde un buen pastor llevaría a su rebaño para alimentarlo. Cómo símbolo de la buena doctrina cristiana, la Iglesia se tintó así de verde, porque Dios fue el creador de la vida, de la Naturaleza, de lo verde, por lo tanto, Dios está en lo Verde.

Párroco de San Juan del Hospital con su casulla verde.
Aparece bordado el alfa y omega.
Símbolo de que Cristo es principio y final de todas las cosas. 

En la antigüedad se dijo que verde era el color del agua, de la vida, luego fue el color de la sabiduría, del conocimiento, de la verdad de Dios. Siglos después un teólogo sueco llamado Swedenborg afirmó que los demonios tenían los ojos verdes, como la piel de Satán. En la antigua Francia usaban distintivos verdes para identificar a los locos. Una manera de ocultar la sabiduría de unos pocos iluminados, que juzgándolos como dementes, los encerraban apartándolos del mundo y haciendo callar sus palabras.

Lo cierto es que el verde, significa la inteligencia y la luz espiritual y el hombre puede utilizarla para el bien o para el mal. Recordad que Satán y Minerva: locura y sabiduría, fueron representados con los ojos verdes.

Salimos ya al patio, el cual nos llevará al exterior de nuevo, es un lugar húmedo, el musgo enverdece los muros de piedra de la iglesia, hay muchas macetas en las que crecen bellos ejemplares de agave del dragón, naranjos, helechos, esparragueras, costillas de adán. Todo muy verde, porque el Verde es Dios y esta es su casa.

Algunas de las plantas que podemos encontrar en su patio.
Fotografías: I. Balensiya.

En el zaguán de la iglesia, en una pequeña capilla moderna, hay una réplica de la Virgen de los Milagros, la Virgen Verde. No es fidedigna a la del altar mayor, esa tan humana y tan bella. Esta imagen, vestida de verde, aunque accesible al toque de las manos de los profanos y humildes fieles, eleva su vista hacia arriba con expresión hierática, fría, una actitud que impone respeto al recinto, mientras es flanqueada por dos palmeras verdes. 

Imagen en la entrada del recinto sagrado.
Fotografía: I. Balensiya

Es un tanto curioso, que la Virgen Verde, verde como San Juan, verde como el agua del mar, se encuentre ubicada a unos pasos de la calle del Mar, en el antiguo barrio donde hace muchos siglos atrás estaban protegidos de todo mal los hombres del mar.  

Le prometo a mi Virgen Verde, a Mi Señora que pronto volveré a visitarla en su casa, donde lo religioso se mezcla con lo profano, y pisando el umbral de la puerta de la iglesia al exterior, recito mentalmente unos versos de “La pobreza estimada” una obra de Lope de Vega, sobre un hombre del mar, náufrago, que invoca a Nuestra Señora del Milagro:

… i valedme, Virgen bella,
más pura que los ángeles.
Estrella de la mar, valedme ahora,
Virgen que del Milagro
os llaman en Valencia.
¡Sacadme a tierra…!

 

 

 Dedico este texto a D. Carlos, párroco de San Juan del Hospital. 

 

 

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