martes, 31 de marzo de 2020

Cruz del Camino Viejo de Barcelona (Cruces de Término#2)



AVISO: La redacción de estos artículos se realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados" imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos. 


Año 2020, último día del mes de marzo.


Nos levantamos a la mañana siguiente en la taberna de “El Potro” y mientras desayunamos fugazmente un vaso de agua caliente con unas hierbas y devoramos un trozo de pan crujiente, observamos el mapa sobre la diminuta mesa de madera desgastada. La siguiente cruz en nuestra peregrinación es la que llaman "Cruz cubierta del camino de Barcelona".

Recogemos nuestros pocos bártulos, nos colocamos de nuevo el extraño cubrebocas sobre el rostro y con los delgados guantes escogemos de nuestra faldriquera las monedas correspondientes al precio que nos indican de nuestros alimentos.

Nuestro objetivo se encuentra en la villa de Almàssera en un camino que separa esta población de la llamada de Tabernes Blanques.

El cielo esta mañana también está gris y feo, el frío se ha adueñado de la mañana, parece que el refrán de “Abril aguas mil” se va a cumplir. Pero aún con el vaticino del agua por caer, no me detengo pero decido atajar campo a través por la huerta de chufas de Alboraya en busca de la villa.

Una vez llegué allí solamente habrá que preguntar dónde queda la de Tabernes Blanques. O eso es lo que me han indicado mientras desayunaba.

Las hojas largas y lánguidas de la chufa están de un color verde pálido, se estiran y se revuelven en la fría brisa agitándose débilmente produciendo un siseo como un agónico pide un trago de agua. Están suplicando unas gotas para calmar su sed.
La tierra seca gruje bajo el peso de mis botas, que a cada paso se hunde en los terrenos aradados de los labradores de Alboraya. De vez en cuando tengo que saltar algún pequeño ribazo o acequioleta para seguir en línea recta atravesando esos campos. Agradeciendo de que por culpa de la epidemia los labriegos no hayan acudido hoy a trabajar y pudieran recriminarme mi inhóspita presencia en las tierras de su propiedad.

Un rugido fuerte me alerta de la tormenta que está próxima a extenderse sobre mí, las plantas se agitan frenéticas como queriendo gritar: ¡Agua!

Ilustración: Isabel Balensiya

Apuro el paso, cada vez más rápido, hasta que al final rompo a correr sobre la tierra, mirando bien donde dejó caer el peso de mis pies. La nube de polvo seco me persigue…

Unos minutos después llego al linde del campo con el negro camino de piedra. Nunca pensé que me alegraría de pisar el asfalto. Rápidamente con la mano limpio la punta de mis botas. Alboraya allá vamos.

Mi gozo en un pozo, vuelvo a recordar que estoy a solas. Voy caminando por las calles de la villa horchatera buscando en vano el encontronazo con alguna alma caritativa que pueda guiar mis pasos hasta Tabernes Blanques.

Había salido del Camí Fondo, y ahora cruzaba rápidamente la calle de bótanico Cabanilles como rezaba el letrero azul en una pared de un edificio. Ahora me encuentro en una bifurcación a un lado tengo Canonigo Julià a otro la Carretera de Valencia. Sin duda está última queda descartada, pues me llevaría de regreso hacía la ciudad.

¿Que hacer? ¿Tomamos la vía del Canonigo o seguimos recto? Me encomiendo a la deidad para que me ilumine y veo claro el camino a seguir: Avenida Divino Maestro.

Recorremos la avenida que se hace corta pues centrándonos en nuestros pensamientos nos olvidamos del mal que asola el municipio. Llegamos al final del recorrido y encontramos un circulo de hormigón en medio de una carretera al otro lado de ella, un cartel: Tabernes Blanques.

Tomamos otra avenida llamada Rei En Jaume y nos adentramos en el pueblo. Aquí si que hemos hallado a quien nos guiara los pasos, una señora con un perro que estaba paseando nerviosa por la calle. Le damos las gracias y aunque su rostro está cubierto como el mío, se le ven unos ojos sonrientes. Tal vez agradecidos de poder ver a alguien en tantos días de confinamiento dentro de su hogar.

Pasamos por delante de la Ermita de los Desamparados y tomamos a la salida del pueblo la carretera de Barcelona, que a pocos metros se adentra en la población de Almàssera.

Nuestros ojos entran en regocijo pues enseguida hemos hallado la cruz de término. Está vez una cruz como dios manda de factura antigua.

Las primeras gotas comienzan a marcarse sobre mis ropajes, nos cobijamos bajo el templete de la cruz. Nos sentamos sobre sus escalones y sacamos los pliegos de papel del bolsillo. Con el carboncillo comenzamos a trazar las primeras líneas, mientras que el olor a petrícor nos inunda el olfato.

Ilustración: Isabel Balensiya

Junto al esbozo describimos el monumento:

Fue erigida entorno a 1372 con un estilo gótico florido. Según dicen fue atribuida a un maestro picapedrero de San Mateo. Su casalicio original era de madera cubierta de plomo pero tuvo que ser reconstruido porque su pudrió. En 1604 fue Jaume Cajals el encargado de recubrir el tejado con tejas árabes vidriadas de azul en los paños y blancas en las aristas.

En 1936 hubo una guerra dañina que atentó contra las imágenes sagradas y acabó malamente el monumento. así que en el año de 1942 se rehízo el humilladero. Elevaron tres escalones, rehabilitaron los pilares de la techumbre y se reconstruyó la columna y la cruz con imágenes de Cristo rodeado de ángeles y santos, adornados con vegetación florida.

Por supuesto por el otro lado tallaron a la Virgen María.
El capitel es lo denominan los picapedreros historiado, pues aparecen representadas escenas bíblicas: la Anunciación, la Natividad, la Epifanía y la Asunción.

Aparecen representados los escudos de armas de Valencia.
Finalmente, el interior del templete está decorado con un artesonado con socarrats donde aparecen los escudos heráldicos de familias nobles de la zona: Cavanilles, Montcada, Centelles, Roca. Entre escudos de gremios delo siglo XV.

Guardo el pliego entre mis ropas, y me rebujo un poco en mi abrigo esperando que la lluvia amaine un poco para proseguir el peregrinaje.



-----------------------------------------------------------


COMENTARIOS DE LOS AMIGOS DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL
31 de marzo 2020. Capitulo: Camino de Barcelona.

María Jesús: muy ameno y esta cruz me es tan familiar pues soy de Meliana. Me ha gustado mucho.

Enriqueta: Me ha encantado el viaje y la narrativa es preciosa con un alto nivel de descripción. Enhorabuena por la iniciativa tan original y rigurosa en detalles.

Sabín: Gran trabajo, Isabel. Ya es algo adictivo. Esperando el relato de mañana...

Nereida: Gracias Isabel.

MJ: Gracias Isabel! Muy interesante e instructivo, nos hacía falta un recorrido.

Paz: Impresionante. Esperando el de mañana con ansia.

Pilar: Excelente narrativa.  Enhorabuena Isabel.

Marisa Romero: Esperando la “salida” de mañana.

María Esperanza: Excelente.

Pilar Alberti: Me alegro mucho de salir a pasear con vosotros todos los días. Gracias Isabel.

Susana: Gracias Isabel.

Isidoro: Gracias por hacer más llevaderos estos momentos.

lunes, 30 de marzo de 2020

Cruz de la Autovía de Barcelona (cruces de término#1)

AVISO: La redacción de estos artículos se realizaron durante la epidemia del COVID-19. Están tipo "novelados" imitando un antiguo cuaderno de un viajero del tiempo. Para entretenimiento de un grupo de amigos de Puçol y dedicados a ellos. 


Año de Nuestro Señor 2020, penúltimo día del mes de marzo.

Hoy comenzamos nuestra peregrinación en busca de las cruces de término de la ciudad de Valencia y sus alrededores.

De buena mañana salimos de casa y nos hacemos al camino, nuestros pies se encuentran entumecidos pues son muchos los días que han estado sin hacer esfuerzo. Poco a poco, paso a paso, nuestro cuerpo va tomando el ritmo de la caminata.

Respiramos hondo y podemos sentir un aire fresco, pero no porque es la primera hora de la mañana, sino que no está contaminado con eso que se llama polución y provocan esos carros de metal que son tirados por potentes caballos invisibles. Las calles están desiertas no hay ni un alma, en otras ocasionalmente encontramos a una o dos personas que se alejan deprisa sin cruzar palabra, ni si quiera unos buenos días, el ambiente está tenso pues aún existe el miedo y el riesgo de caer contagiado por la epidemia que está visitando la ciudad.

Alzo la mirada al cielo, está encapotado casi a punto de llover, tal vez por eso el aire huele a fresco. El céfiro se presenta hoy pintado de suaves y sutiles añiles, alguna nube desgarrada del color del algodón sucio.

Al regresar la vista a nuestro camino nos ajustamos sobre el rostro el extraño cubrebocas que nos obligan a llevar, nuestras manos van enfundadas en unos guantes de un tejido difícil de explicar: son finos como la seda, se pegan a la piel como una segunda piel, y son de un material que según me han contado se llama látex y es una especie de salvia de un árbol de una tierra extranjera.

El caminar por Valencia da autentico miedo, lo dicho apenas hay gente y la que se encuentra huyen como si de la peste se tratara.

Desde el lugar que residimos hasta la primera cruz de término que tengo que visitar hay una larga distancia. Poco a poco, minutos tras minutos estamos acortando la distancia y finalmente llegamos a las afueras de la ciudad, por un camino cubierto de esa extraña argamasa negra que me dijeron que se llamaba alquitrán.

La senda tiene un nombre peculiar: Autovía de la Ronda Norte. Y nuestro objetivo es la llamada “Cruz de término de la Autovía de Barcelona”.

Con cuidado de que no nos arrollen esos extraños carruajes de metal, cruzamos el Bulevar Periférico Norte, o eso pone en un rótulo.

Caminamos con tiento por la orilla de ese negro camino de piedra entre los campos que aún perduran de la antigua alquería de Benimaclet.
El aire nos viene de cara, es fuerte y frío pues son los extraños carros los que nos lo echan a la faz…

Apenas hemos recorrido unos cientos de pasos cuando vemos el camposanto de Benimaclet, nos detenemos un momento y nos persignamos en señal de respeto de los que allí reposan. Tomamos un pequeño sorbo de agua, de la cilíndrica y trasparente calabaza de agua, fabricada de un material traslucido como el cristal, pero fuerte que si cae a tierra no se quebra.

Nos han informado de que nuestro objetivo está cerca de una taberna de pernoctación llamada “El Potro”. Valioso dato para no perdernos en nuestro caminar.

Nuestra vista recorre los campos de chufa, ese pequeño tubérculo del cual los valencianos sacan esa bebida tan refrescante para el verano.

Unos pocos pasos más y cruzamos la acequia de la Vera, falta poco para el secador de chufa de Panach y ya llegaremos a esa posada donde frente a ella se encuentra la cruz.

Sí, al fin vemos aparecer ante nosotros el pequeño parador del Potro. ¡Venga solo nos falta unos cuantos pasos más!

Caminamos y ante nosotros se alza la Cruz de la Autovía de Barcelona.
Nos quedamos anonadados pues se trata de un humilladero un tanto extraño, o tal vez no para aquellas personas que viajan en esos carros de metal.

Pues el monumento es de complicada fábrica, como si lo hubiera hecho un herrero con premura al igual que el picapedrero que ha tallado su base.

Saco de entre mis ropas un pliego de papel y con un carboncillo trazo un rápido dibujo de lo que ven mis ojos.

 
Ilustración: Isabel Balensiya

Junto al dibujo escribo una breve descripción:

Está formada por un basamento de piedra, obra de Román Giménez, a tres bandas de color blanco.

La cruz es de hierro hecha con la sobre exposición de planchas de metal soldadas y recortadas de forma moderna. Aparecen representadas alusiones a los santos Vicentes y algunos ángeles a la imaginación de un escultor de Mora de Rubielos llamado José Gonzalvo Vives.

El escudo de la ciudad de Valencia está presente. Todo el conjunto está fechado en tercer día de mayo de 1965.

Guardamos el pliego y nos dirigimos a la taberna. Quizás con suerte se halle abierta. 

Mañana continuaremos nuestro caminar... 


-----------------------------------------------------------------------------

COMENTARIOS DE LOS AMIGOS DEL GRUPO CLUB DE HISTORIA DE PUÇOL
30 de marzo 2020. Capitulo: Autovía de Barcelona.

Pilar: Excelente introducción Isabel

Sabín: Buen trabajo, Isabel. Una excursión virtual no es una mala solución en tiempos de cólera... digo, de virus. ¿Para cuándo la próxima escapada virtual?

Chimo Collado: me ha encantado, parece que te estoy oyendo, gracias.

Isidoro: gracias.

Pilar Alberti: Gracias y que ingenio tienes. Cuidaros.

Mari Carmen: Vaya q ideas tenéis más chulas.

Marisa Romero: Así sí. me ha gustado, gracias, Isabel.

Rosa Ruiz: Isabel chulísimo !! Muchísimas gracias

Susana: Gracias Isabel. Muy  chulo

Maribel: Me ha encantado, muchas gracias Isabel



sábado, 28 de marzo de 2020

La Calle de Cabillers (Calles de Valencia#10)





CIUTAT VELLA
La Seu

Entre las callejas del corazón de Valencia hay una de ellas que comunica a la plaza de la Reina con la calle de Avellanas. Ese trazado tiene un nombre un tanto peculiar: de Cabillers. 


Ubicación en el plano de la calle.
Rotulación: Isabel Balensiya 
Este nombre, se piensa que, es una versión castellanizada de su nombre primitivo  de cabelleres, y de éste pasó al castellano antiguo: de cabilleros y de ahí al valenciano actual: de cabillers.

Esta denominación se debe a que en la estrecha calle tenían su local personas dedicadas al gremio de peluquería. Además, también gente encargada de aliñar y componer peinados, rizar los cabellos y crear pelucas. 

Desde tiempos muy antiguos estuvieron ubicados en esta vía, llegando su negocio a la cumbre entrado el siglo XVIII - durante el reinado de Felípe V - cuando se puso de moda, entre la gente de postín, unas pelucas de elaboradísimos bucles y adornos imposibles y cargados de fantasía. 



Grabado de la época donde se muestra una sesión de peluquería,
una escena humorística de aquel siglo. 

Las mujeres gustaban de presumir complicados peinados, con muchas horas de trabajo y adornos. Era una época donde el cabello se lavaba una o dos veces al año, y los polvos y los perfumes eran aplicados para espantar a los chinches y piojos que anidaban en esos grandiosos vestidos y pelucas. 

Los peluqueros valencianos de Cabillers serían por entonces como maestros falleros, construyendo con ingenio y gracia estructuras en las cabezas de las señoras, gastandolas incluso  para ocultar ciertos objetos. Podemos encontrar en libros diversos grabados de la época.


Un estilo muy apreciado en el época el tocado en forma de barco
junto a otro de lazos, plumas y perlas. 

Aunque exagerada en la imagen, era cierto
que las usaban para contrabando,
como la dama detenida en el grabado.
                                         
No solo era para las damas de la alta sociedad, sino también a esta calle acudían imagineros y gente de la iglesia a encargar pelucas para las imágenes religiosas de las procesiones de Semana Santa o hasta incluso para la Mare de Déu dels Desamparats.



Un ejemplo actual, no muy distante de lo
que podríamos haber visto en aquella época.

Ya fueran pelucas para la Virgen, para Cristo o para uno mismo, lo cierto era que la Calle de Cabillers fue un lugar a donde muchos valencianos fueron en "peregrinación" en busca de una especie de Santo Grial, que solucionara milagrosamente cualquier problema capilar que tuvieran, fuera cual fuera su índole y que en la actualidad solo podremos encontrar en el Museo del Santo Grial. 


Museo del Grial
Fotografía: Isabel Balensiya.

Pero esta calle de edificios señoriales, de principios del siglo XX, no solo tuvo un pasado peluquero, sino que allí residió, hasta que la Oscura Señor se lo llevó consigo para toda la eternidad, el insigne poeta Ausiàs March, como bien lo recuerda una placa de mármol en la fachada de uno de los edificios. 

Vista nocturna de la calle de Cabillers.
A la izquierda la casa donde murió el poeta.
Fotografía: Isabel Balensiya.


Callejero es momento de salir de esta calle, mientras en nuestra mente aún resuenan los versos del poeta Vicente Andrés Estellés que le dedicó a la calle y a este poeta...


Ací estigué la casa on visqué Ausiàs March.
D´aci el tragueren, mort, amb els peus per davant,
envers la catedral. Carrer de Cabillers,
la Plaça de l´Almoina. Pense els darrer anys
dels poetes local, de l´Horta de València.

Jo sóc aques que em dic... Es colpejava el pit
el puny com una pedra, insistint foscament.
I se´n tornava a casa, irritat, en silenci,
barralant l´epigrama ple de dificultats,
unes banalitat del tot insuportables.

Un día es va morir como es mort tot el món.
Jo sóc aquest que em dic... Agafat de les mans,
vàrem llegir la làpida. I seguírem, després,
pel carrer de la Mar. Ens atreia la casa.
I altre dia tornàrem. I hem tornar molts de dies.
Carrer de Cabilles, la Plaça de l´Almoina.

Hem entrat a la Seu, hem vist la sepultura
d´Ausiàs, hem mirat aquell Sant Vicent, vell,
que pintà Jacomart. Tornem algunes voltes.

El carrer de la Mar, el de le Avellanes.
Ací estigué la casa on visqué Ausiàs March.
Ací, de cos present, estigué Ausiàs March.
De cos present. Jo sóc aquest... Un sagrità
de la Seu em contava com referent el cos
d´Ausiàs, amb fils-ferro, enllaçant trossos d´ossos.

Un migdia, de llum exaperada, anàrem
a Beniarjó; collirem unes flors en un marge:
les volies deizar en aquelles ruïnes.
Creuàrem en silenci le ruïnes, pensàrem
Ausiás March allí, l´esclava de cinc mesos,
amb el fill bord creixent-li, retornàrem després
a Gandia, tu duies les flors en una mà.

En eixir de Gandia les llançares a l´aire,
a l´aire de Gandia i de Tirant lo Blanc.
Jo soc aquest que em dic... Carrer de Cabiller,
la Plaça de l´Almoina. La teua mà en la meua
com un grapat de terra, arrelats l´un en l´altre.